No importa cuántas veces sea repudiada la acción policial de
atropellar, vejar, matar a ciudadanos a mansalva. No vale que ahora la
tecnología con su lado bueno permita registrar esos abusos y
propalarlos.
Esas pruebas y las denuncias de familias que acuden a los medios de
comunicación a poner en evidencia a los agentes que olvidan su misión,
llevan a concluir que el cuerpo de orden anda sin dueño, sin régimen,
desde tiempos demasiado remotos.
Es como si estuviera programado para crear caos, llevar dolor a los
hogares, intimidar a los muchachos de los barrios pobres, abofetearlos,
capturarlos en redadas y extorsionarlos.
Lo más paradójico es que los que uniformados que así actúan, además
de manchar la ropa, comprada con impuestos del pueblo, son jóvenes tan
pobres o más que los mismos a los que victimizan.
Tan envalentonados van por las calles y callejones, vestidos de
agresividad, de una rabia difícil de explicar contra gente de sus mismos
estratos, que ya parece no importarles que alguien desde cualquier
agujero pudiera grabarles y convertir luego esas imágenes en virales.
Así como en un montón de casos, uno de los más recientes el ocurrido
en Los Alcarrizos esta semana, con un policía obstinado en golpear a un
muchacho que en nada le faltó y que pese a la intervención de un
militar no cejó en su brutal actitud.
¿Será que debemos acostumbrarnos a pacer de esa manera, entre
servidores públicos que en lugar de proteger a los ciudadanos, les
causan temor y por eso muchos inocentes huyen en los barrios cuando los
ve llegar?
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