Suena casi como un contrasentido, pero no lo es:
para reconocer la estupidez hay que ser inteligente. No existe otro camino, otra vía, que la razón y la lógica para al menos aproximarse a una noción del ser estúpido.
Es como los viejos dilemas que definen algo en relación con su
antagonista: ¿es la luz ausencia de oscuridad?, ¿o es la oscuridad
ausencia de luz? “Sí, pero no”, sería la respuesta para este caso,
respuesta que se oye estúpida pero no lo es tanto, en especial cuando
nos damos cuenta de que si bien
la falta de inteligencia en el actuar suele relacionarse con la estupidez, no toda falta de inteligencia es estupidez. ¿Acaso decimos que los animales son estúpidos? Pues no. No es tan simple.
Estamos tan ocupados con nuestra inteligencia que rara vez nos
detenemos a pensar en la estupidez. Ese parece ser el fundamento que
llevó a la Personería de Bogotá a organizar, en conjunto con la
Universidad Externado de Colombia y la Universidad Nacional, el foro ‘
La estupidez, una reflexión urgente’, que convocó a intelectuales y personalidades destacadas en diversas áreas de la cultura para deliberar al respecto.
Una primera conclusión: no existe una definición, ni
es posible aún una categorización de la estupidez. No hablamos de ella
ni la medimos como puede medirse la violencia, por ejemplo, con tasas de
homicidios, número de guerras y conflictos, y toda suerte de
estadísticas y registros que se derivan de ella.
Gilles Lipovetsky, el destacado filósofo francés que ha analizado las
transformaciones de lo que él llama ‘hipermodernidad’ –una era
atravesada por el consumismo, el narcisismo y la prelación de lo
individual sobre lo colectivo–, considera que “si entramos en un
inventario de cosas estúpidas, se puede decir todo y nada. El niño que
hace una tontería, la mujer que actúa impulsivamente sin medir las
consecuencias, el conductor borracho…
La estupidez está por doquier,
pero ese enfoque no es interesante porque definir la estupidez con un
listado no es mucho lo que explica y puede ser una conversación
cualquiera en la esquina del barrio”.
¿Qué podría ser la estupidez, entonces? ¿Cómo acercarse a una
explicación? El escritor William Ospina cree que “se trata más bien de
asomarse a los abismos de
la incoherencia, de la falta de lógica o la falta de consecuencia que caracterizan a todos los seres humanos. Sí, la estupidez forma parte de la condición humana”.
Ni generalizar ni extremos
Lipovetsky encuentra estupidez, por ejemplo, en el hecho d
e asegurar que el consumismo es condenable, que ha embrutecido a la gente y la ha llevado a perder el sentido de la vida.
“Al embarcarse en posiciones como ésta, se olvida que el consumismo
trae muchas cosas positivas también: puestos de trabajo, mayor
bienestar, desarrollo de la ciencia y el conocimiento, democratización
de la cultura, etc.
“Por otra parte, decir que consumir da la felicidad absoluta también
es estúpido, y para demostrarlo están las estadísticas de suicidio y
depresión de las grandes economías. El consumismo tiene muchos vicios,
pero no solamente vicios. Así que cuando ya no vemos dónde paran las
cosas,
cuando dejamos de ver los límites de nuestras posturas individuales, se vuelven estúpidas y exageradas”.
Por eso, sugiere el pensador francés, la intelectualidad misma ha
incurrido en imprecisiones mayúsculas, muchas veces ancladas en
generalizaciones poco rigurosas, a lo que Ospina aporta: “
Hay cierto matiz de arrogancia intelectual en el afán de descalificar como estupidez los actos de los otros.
Son muchas las cosas que hacemos y decimos que ni son lógicas, ni son
razonables, ni son útiles, ni son provechosas para el mundo ni nosotros
mismos.
La estupidez anda por ahí regadita entre todo eso”.
¿Cuántas veces nos hemos arrepentido de lanzar palabras contra
alguien en un momento de ira? ¿Cuántas veces hemos fumado después de
prometer dejar de hacerlo? ¿Cuántas veces hemos reincidido en conductas
que sabemos que no son inteligentes? Para el doctor Miguel Eduardo
Martínez, coordinador de la Maestría de Fisiología de la Universidad
Nacional y experto en neurociencia, “hoy
no podemos desligar la inteligencia racional de la emocional. La inteligencia humana está animada por las emociones, pero cuando hablamos de estupidez casi siempre tenemos en cuenta únicamente el juicio racional”.
¿Pero existe un lugar del cerebro en el que se aloje la estupidez?
¿Un centro que se active y nos haga actuar mal? “No –precisa Martínez–.
Michael Gazzaniga, de la Universidad de California (Estados Unidos),
habla de unos módulos cerebrales que básicamente nos sirven para todo,
tanto para la socialización y la emoción, como para la toma de
decisiones y la planeación.
La neurociencia contemporánea estudia solamente los aspectos positivos y no aspectos negativos como la estupidez.
“Incluso si se estudiara,
no creo que vayamos a encontrar ni el núcleo de la estupidez,
ni las neuronas de la estupidez, sino probablemente lo que vamos a
hallar es que tanto en una como en otra (inteligencia y estupidez)
participan los mismos módulos, tal y como lo plantea Gazzaniga. Si
analizamos una reacción de ira veremos que está conectada con una
disposición biológica, fisiológica, que también es cerebral, que tiene
un valor adaptativo y que en el contexto inadecuado puede ser vista como
algo estúpido”.
No obstante, en la medicina sí hay explicaciones precisas para
definir niveles de menor inteligencia. El doctor Martínez señala que
existen deficiencias cognitivas que pueden estar ligadas al desarrollo
del sistema nervioso, congénitas, alteraciones en la bioquímica del
cerebro y en su desarrollo. Hay otras que son consecuencia de lesiones,
bien sea por tumores o accidentes cardiovasculares. Son percances en la
salud. ¿Se puede hablar de estupidez allí?: no lo creo”.
La estupidez evoluciona
Es todo y es nada, decía Lipovetsky. La palabra ‘estupidez’ ha sido
empleada para calificar todo tipo de errores humanos, comúnmente
asociados a las que podrían ser las facetas más criticadas del hombre,
como l
a arrogancia, la ignorancia, el atrevimiento desmedido, la ingenuidad, el aparentar…
De ahí que una de las frases más famosas que a menudo es citada para
hablar del tema sea la expresada por el físico Albert Einstein: ‘Hay dos
cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no
estoy seguro’”.
Sin embargo, Lipovetsky llama la atención sobre lo peligroso que
resulta tender a asociar todo lo que podríamos calificar como un error
con la estupidez, pues el sentido con el que se construye esta relación
de significado les resta importancia a los hechos y los asemeja a
comportamientos inocentes: “En la utilización del término –apunta el
filósofo francés– hay algo que tiene que ver con el hecho de que no es
muy grave: en el caso de un niño que rompe un vidrio por jugar con un
balón en la sala de su casa podemos decir que es algo que se produjo por
un comportamiento estúpido, pero no es grave. Es decir,
se transmite la sensación de que algo es perdonable”.
Sin embargo, utilizar el calificativo de ‘estúpido’ para sucesos como
el holocausto judío, el yihadismo o el calentamiento global puede ser
riesgoso.
“Por ejemplo –continúa Lipovetsky–,
¿la política de Hitler era estúpida? No, la palabra es ‘bárbara’.
¿El yihadismo es una estupidez? No, no lo es. Es un comportamiento
‘terrible’ y tenemos que dejar de creer que quienes lo ejercen son gente
idiota, manipulada, cero inteligente y sin criterio alguno. En este
momento hay personas huyendo de Medio Oriente y la palabra ‘estupidez’
no está a la altura de esas cuestiones. Ni siquiera porque pueda ser
falsa, es que está fuera de lugar”.
En un sentido parecido, el escritor William Ospina añade: “A mí no me
gusta mucho el concepto de ‘la estupidez’. Me parece que no es en rigor
una definición sino una reacción. Parece nacer más de los estados
anímicos que de los procesos reflexivos. Cuando uno reflexiona sobre las
cosas, termina encontrándoles otros calificativos más precisos”.
Algo en lo que todos concuerdan es en que la estupidez ha
evolucionado a la par con el conocimiento. La estupidez de hoy no es la
misma estupidez de ayer: “Alguien que ahora diga que la tierra es plana y
no se mueve de su posición, pues será tildado de estúpido, porque
existe evidencia que prueba lo contrario –opina Lipovetsky–. Pero en
Grecia o en Egipto esto fue una verdad de cierta época. Lo mismo ocurre
con el propósito de llegar al poder mediante el uso de las armas, que ya
es caduco. Esto nos demuestra que no percibimos la realidad de la misma
manera. Depende del estado del conocimiento, de la evolución, del
momento histórico”.
Por la misma idea del desarrollo del pensamiento a lo largo de la
historia es que Ospina sentencia que “lo que solemos llamar estupidez
está en el ápice de lo que solemos llamar evolución. Llegar a comprender
lo estúpido necesariamente implica cierta complejidad intelectual”.
En la evolución del pensamiento, por otra parte, han sido pocos los
acercamientos decididamente enfocados en la comprensión de la estupidez
como esa otra cara de la razón. El historiador económico italiano Carlo
Maria Cipolla publicó en 1988 un ensayo en el que
clasifica a “los estúpidos” como aquellos quienes con sus acciones,
desde el punto de vista económico, perjudican a los demás y a sí
mismos, justo lo contrario de “los inteligentes”, quienes benefician a
los otros y a sí mismos. Cipolla consideró entonces que ser estúpido era
aún peor que ser “malvado” (quien perjudica a los demás y se beneficia a
sí mismo), pues la estupidez es lo único que no supone beneficio para
nadie.
Así mismo, el filósofo y ensayista español José Antonio Marina
intentó explorar la espesa manigua de la estupidez humana y en el 2004
publicó ‘La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez’.
En el ensayo, Marina califica de “inteligencia malograda” a un compendio
de factores que llevan al fracaso de la razón y que nacen del propio
individuo, como
las emociones fuertes y el actuar irreflexivo,
que a su vez está ligado a fallas en lo cognitivo, lo afectivo o en la
voluntad. Esta sumatoria de factores, sugiere, alejan al hombre de su
principal meta, que, según su postura, es ser feliz.
El doctor Martínez recoge varios de los postulados de Marina para
hablar del “fracaso de la inteligencia colectiva” que, palabras más,
palabras menos –y aquí volvemos a lo que expresan Ospina y Lipovetsky–,
consiste en desconocer la inteligencia de los otros por la propia, un
detalle que evita una socialización inteligente. “
El peligro más grande de la estupidez –dice Martínez– es no ser conscientes de ella, no reconocerla para poder delimitarla.
La cuestión está en lo difícil que nos resulta ver nuestra propia
estupidez y ser capaces de verla en los demás, no para condenarla, sino
fijarnos en ella, identificarla y así poder reconocer la propia”.
Hablar de conclusiones definitivas quizá resulte inocente. En eso
coinciden la mayoría de quienes han reflexionado e intentado aproximarse
a eso que llamamos ‘estúpido’.
Puede ser ingenuo, incluso, intentar al menos darle forma a una idea que es vaporosa y goza de tantos matices.
Tal vez una de las pocas cosas claras sobre ella es que, como escribió
Albert Camus en ‘La peste’, “la estupidez insiste siempre”.....Fuente:El nuevo dia/EDLP