La indigencia no distingue entre cuevas y parques a la hora de marcar un territorio para establecerse. Hace un tiempo que también ocupa la parte baja de los elevados.Aprovechando el techo y los largos espacios de jardín que disponen los viaductos, muchos han improvisado sus casuchas de cartón entre el ruido constante de los vehículos que a diario se desplazan por la avenida John F. Kennedy.
Con tres perros que custodian la entrada de cualquier extraño al lugar, cinco personas habitan en la intersección con Abraham Lincoln.
Uno de ellos es Manolo Cabral, oriundo de Nagua.
Con la mirada perdida y la desesperanza a cuestas, da pequeños saltos por la avenida con su inseparable muleta para buscarse unos pesitos para comer. Hace seis años que sufrió un accidente de motor mientras conchaba en su provincia natal, que le dejó como consecuencia una fractura en la pierna izquierda, cuyo hueso a la altura de la tibia está fuera de lugar. “Cuando consiga algo y pueda me arreglo eso”, dice ya resignado a su condición.
Cada mañana se levanta a pasear su infortunio “por la pista” buscando que un alma caritativa se conduela de él. “Los que más me dan son los cristianos que pasan por aquí, pero en estos días casi no estoy saliendo”, afirma.
Con lo que reúne al día (entre 300 y 400 pesos), a veces guarda algo para llevarle a sus tres hijos que viven en Nagua.
Cuando termina su peregrinar, cerca de las ocho de la noche, Manolo vuelve al elevado donde comparte el espacio con una pareja de esposos y un jovencito de ascendencia haitiana que responde al nombre de Davidson.
El chiquillo de mirada huidiza no sobrepasa los trece años, sin embargo, no se atreve a confirmarlo porque al parecer perdió la noción del tiempo. “Yo no sé cuántos años tengo”.
El niño, que vino de Haití con un tío, tuvo que salir huyendo de él por sus constantes maltratos.
Con su limpiavidrios en la mano, dice que no liga ni RD$100 al día y que para comer tiene que rebuscar en los zafacones los restos de comida que otros desprecian. “Mira, muchacho er diablo, si me doy cuenta que cogiste mi limpiavidrios, te voy a partir”, le amenaza otro de los jóvenes que también pernocta en el lugar.
Con agresividad el chico se muestra reservado al hablar con los reporteros. “Siempre vienen y le dan cámara a uno, pa que la familia de uno lo vea”, se queja con desconfianza y se marcha.
Sin apenas inmutarse una mujer duerme cubierta con cartones en el suelo rodeada de una ponchera llena de cáscaras de naranja, que al parecer vende en la intersección.
Manolo dice que allí cocinan y hacen sus necesidades. El humo que cubre el hormigón por los fogones de leña que se improvisan en el lugar y botellas con orina son la evidencia.
Continuamente brigadas del ADN los desalojan
Durante un recorrido por la avenida 27 de Febrero, donde también acostumbran a asentarse los indigentes, se observaron varias brigadas del Ayuntamiento desmantelando las casas de cartón improvisadas.
Gilcia Rodríguez, empleada del cabildo, dice que muchas veces tienen que ir acompañados de policías porque muchos de ellos se muestran agresivos cuando se les intenta remover del lugar.
No todos los indigentes son como Manolo, que varias veces ha sido desalojado y apresado. Los llamados “viciosos” son violentos e intentan agredir a los brigadistas.
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