jueves, 27 de mayo de 2010

Atrapados por la narcomiseria de Juárez.

Gardenia M. Aguilar Enviada especial/la opinion

CIUDAD JUÁREZ, México — “Dios es mi padre y con él todo lo puedo”. Ángel Amador se persigna. Hace dos meses que dejó la heroína y la prisión, pero sabe que puede recaer en la espiral descendente de las drogas; pasar de los dólares por el tráfico hacia EE.UU., a la venta al menudeo; de los asaltos a mano armada, a no tener ni para un taco, “¡maldita sea!”

Pasar de la abundancia a la miseria es un modo de vida que aprendió del narcotráfico cuando fue enganchado en “El Barrio”, como llaman en esta frontera a las pandillas, generalmente delimitadas por las colonias, donde hay 80,000 pandilleros, según las autoridades.

“Un caldo de cultivo para el narcotráfico”, dice el alcalde José Reyes Ferriz, con relación a los jóvenes juarenses desocupados, sin trabajo ni estudios: la generación “Nini”, donde sólo el 33% (unos 30,000) de ellos están matriculados en alguno de los programas universitarios por la falta de oportunidades escolares.

El proceso para ser narcotraficante desde pandillero es lento y pocas veces exitoso, cuenta Ángel, quien empezó a drogarse con marihuana cuando tenía nueve años porque se sentía sólo.

Sus padres estaban siempre trabajando en las maquiladoras y él se asomaba en la ventana para ver esas calles empolvadas de la colonia Guadalajara Izquierda, los caminos llenos de basura, las casas descascaradas; los muros pintarrajeados de negro con algunas inscripciones parecidas a letras. Nada diferente a lo que es ahora.

Deprimido, salía a reunirse con ellos, los Teclas 13, muchachos con quienes jugaba y se drogaba en los años 80, cuando la heroína podía conseguirse en su estado más puro, justo cuando se enganchó la gran masa de adictos crónicos que hoy tiene la ciudad: unos 400,000, según la Secretaría de Salud. Esos gustan de la heroína, la droga más solicitada en la zona.

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