sábado, 20 de marzo de 2010

Monseñor Romero elevado al altar..

San Salvador/EFE — El arzobispo Óscar Arnulfo Romero se erige en el “santo” de miles de salvadoreños que, al cumplirse 30 años de su asesinato, siguen evocando su mensaje y lo recuerdan como quien denunció desde su doctrina lo que pocos se atrevían a decir.

“Monseñor nos representa a nosotros”, declaró a Efe el catedrático salvadoreño Dagoberto Gutiérrez, para quien “los santos del pueblo son los santos” y ésta “es una elevación inevitable”.

Los devotos del llamado “Santo de América” lo visitan en su tumba y le piden milagros, aunque en El Salvador actual los favores están referidos a la situación económica, un trabajo o protección ante la delincuencia, y no a los de un país que en 1980 estaba a las puertas de una guerra civil que duró 12 años y se cobró unas 75,000 vidas.

“Siempre defendió a su pueblo”, recordó Alonso Huezo, de 74 años, mientras hablaba a un grupo de personas sobre la vida de Romero en la cripta de la catedral, adonde llega cada semana para orar ante la tumba del prelado asesinado.

Romero fue conocido como la “voz de los sin voz”, por su mensaje teológico y sus constantes llamadas a la cordura en aquellos convulsos años previos a la confrontación salvadoreña (1980-1992).

El magnicidio ocurrió en los albores de este conflicto, un momento en que la organización popular se intensificaba y las fuerzas estatales, de corte militar, la contrarrestaban con balas.

Pese a que describió al religioso como “un hombre tranquilo y de un hablar pausado”, Huezo recordó la potencia de sus homilías.

En esta percepción coincidió monse- ñor Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Romero, que destacó su “valentía".

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